Desde hace años, Janusz Korwin-Mikke es famoso por sus declaraciones que se mueven entre la provocación y la amarga verdad. Este experimentado político y columnista tiene la costumbre de abordar temas delicados -desde la política familiar al sistema de pensiones, pasando por la economía-, siempre aderezando sus juicios con una gran dosis de ironía. En una entrevista reciente, una vez más no defraudó: salpicó de bon mots que hacen reír a unos y aturdir a otros. Sin embargo, bajo el humor, hay puntos serios e incluso brutalmente lógicos.
Cuando se le pregunta por las razones de la baja tasa de fecundidad en Europa, Korwin-Mikke rechaza las explicaciones populares con su estilo típico. El argumento de que los jóvenes de hoy no pueden permitirse tener hijos es un disparate. " Siempre han sido los pobres los que han tenido hijos, no los ricos", señala con sobriedad, recordando realidades históricas. "Decir que la gente no puede permitirse tener hijos es una completa tontería ", añade con convicción. Si no son cuestiones materiales las que impiden a polacos y europeos ampliar sus familias, ¿entonces qué es? Korwin-Mikke señala dos razones principales, ambas, en su opinión, debidas a la excesiva interferencia del Estado.
El primer culpable es el alejamiento de los niños de la familia por parte del todopoderoso Estado. Korwin lo ilustra con un ejemplo flagrante: "Si le doy una palmada en el culo a un niño, puedo ir a la cárcel, es decir, he violado el culo de la propiedad estatal". - se burla, agudizando deliberadamente el panorama. Antiguamente, cuando ocurría una tragedia familiar, la compasión recaía en la madre y el padre. Hoy, argumenta el político, el niño es tratado como propiedad del Estado, del que éste hace responsables a los padres. Son los funcionarios quienes deciden si hay que vacunar al niño, cuál debe ser su programa educativo e incluso cómo pueden disciplinarlo los padres. Como resultado, según Korwin-Mikke, el papel de los padres se ha reducido al de cuidadores del "niño del Estado".
Desde esta perspectiva, Korwin llega a una conclusión chocante: si la descendencia ya no pertenece realmente a los padres, el esfuerzo de criar a la siguiente generación deja de tener sentido. "Si los hijos son hijos del Estado, ¿por qué dar a luz y producir hijos del Estado? Un esclavo no producirá hijos para su amo ", lanza provocador. Esta perversa metáfora del esclavo y el amo golpea el corazón de su argumento. Los ciudadanos, al igual que los súbditos del Estado, no ven razón alguna para "producir" hijos cuando el fruto de sus esfuerzos será tomado de todos modos por la corte del amo. Korwin-Mikke sugiere que las personas perciben inconscientemente esta dependencia y reaccionan con rebeldía de la forma más sencilla posible: absteniéndose de tener hijos.
Ve una segunda razón para la baja tasa de fertilidad en el... el sistema de pensiones. Según Korwin-Mikke, la introducción de las pensiones estatales ha socavado la motivación natural para fundar familias numerosas. Antes, los hijos eran la "inversión" para la vejez: eran quienes debían cuidar de sus padres al final de sus vidas. Ahora que la función de tutor ha sido asumida por la Seguridad Social y la pensión estatal, la lógica de muchas personas se ha simplificado: si el Estado me mantendrá en la vejez, ¿para qué necesito hijos? - esta es la conclusión tácita que Korwin-Mikke parece atribuir a la sociedad moderna. ¿Brutal? Tal vez, pero en su opinión es precisamente este mecanismo el que opera inadvertidamente en segundo plano. Paradójicamente, el Estado del bienestar desincentiva la descendencia, arrebatando a las familias tanto la responsabilidad como el beneficio de criar hijos. De este modo, concluye Korwin, el amplio sistema de bienestar se socava a sí mismo, provocando una crisis demográfica.
Korwin-Mikke ataca los temas económicos con la misma ferocidad, especialmente cuando percibe falsedad o hipocresía en el sistema. Sin rodeos, califica la inflación de impuesto oculto e incluso de robo a los ciudadanos. Lo explica en su típica forma figurada: cuando el gobierno imprime dinero, aumentando la cantidad en circulación, el valor real de nuestros ahorros disminuye. " En lugar de 100 zlotys, me quedan 50 en el bolsillo, y el Gobierno tiene los otros 50 ", calcula Korwin-Mikke, mostrando con un sencillo ejemplo cómo disminuye el poder adquisitivo del dinero. Al provocar deliberadamente la inflación, el Estado se lleva la mitad de los ahorros de los ciudadanos, quizá no directamente a la caja fuerte, pero sí a través de subidas de precios que se comen el valor de los billetes. Es difícil encontrar una comparación más contundente. En boca de Korwin, la impresión de dinero equivale a un robo, que sólo difiere del robo ordinario en la sutileza de la ejecución.
Hablando de robos, Korwin-Mikke va un paso más allá y plantea una pregunta perversa: ¿quién causa el mal menor, el falsificador de dinero o el gobierno que dirige las imprentas de billetes? Su respuesta vuelve a arrancar una sonrisa, pero también da que pensar: " Es mejor que el falsificador añada dinero a que lo haga el Gobierno ", argumenta con una chispa de ironía. ¿Por qué? Porque, según Korwin, un falsificador privado, aunque opere ilegalmente, al menos tiene necesidades humanas y gastará el nuevo dinero en la economía real. "Un falsificador así se comprará con él una silla, una mesa .... es decir, dará trabajo a los artesanos" - argumenta con perversidad. El dinero irá a parar al carpintero o al tendero, circulando en el mercado. "Mientras que si lo hace el Gobierno, comprará radares, porras para la policía...". - añade Korwin-Mikke, que nunca pierde la oportunidad de pinchar a los que están en el poder. En su pintoresca comparación, el falsificador aparece casi como un benefactor, y el Estado como uno que derrocha recursos en burocracia y en el aparato de opresión. Por supuesto, Korwin-Mikke no aprueba la falsificación real de billetes; se trata de una hipérbole deliberada. Lo que quiere decir es que el Estado nunca economiza a nuestra costa tan eficazmente como lo haría el mercado (incluso el mercado negro). Su mensaje es claro: es mejor dejar el dinero en manos de los ciudadanos; de lo contrario, se alimenta la proliferación de "radares de tráfico" y otros gastos dudosos de las autoridades.
Korwin-Mikke también desconfía de los grandes actores financieros que, como los gobiernos, pueden manipular el sistema a su antojo. Recuerda la historia de las acusaciones contra George Soros, acusado de manipular deliberadamente las divisas asiáticas en los años noventa. Soros se defendió en su momento, alegando que era imposible ganar dinero con una operación así (porque el beneficio de subir el tipo de cambio es igual al coste en que se incurre al hacerlo subir). Korwin, sin embargo, se limita a negar con la cabeza. En su opinión, la práctica demuestra lo contrario: siempre habrá un resquicio que un inversor astuto sabrá aprovechar. "Las bolsas tienen diferentes horarios de apertura... un financiero astuto es capaz de sacar dinero de ello ", señala y cita sus propios recuerdos de la época comunista, cuando, como joven economista, vio de primera mano cómo las apuestas cínicas en diversos mercados pueden reportar enormes beneficios. Describe cómo la deuda polaca era comprada en secreto por empresas pantalla en la Bolsa de Viena: bastaba una llamada telefónica justo antes del cierre de las operaciones y el préstamo de millones de dólares durante varias horas para obtener un beneficio seguro con el truco contable adecuado. Este es el tipo de historia que Korwin cuenta con un brillo en los ojos, demostrando que nada es imposible para los tiburones financieros y que las teorías económicas sobre las "redes de seguridad" del sistema pueden situarse en el terreno de los cuentos de hadas. Si Soros dice que algo no se puede hacer, Korwin-Mikke replica: sólo significa que alguien más listo o mejor informado lo hará.
Sería difícil encontrar un comentarista de la realidad más inquietante que Janusz Korwin-Mikke. Sus declaraciones entretienen y escandalizan, pero nunca dejan indiferente al oyente. Bajo las frases afiladas, se esconde una imagen coherente del mundo: un profundo escepticismo ante la omnipotencia del Estado y la convicción de que la naturaleza humana -ya sea como padre o como financiero- no se deja engañar por trucos sistémicos. Korwin expone con humor las paradojas: muestra a un padre como esclavo privado de sus propios hijos o yuxtapone a un falsificador de billetes con un banco central. Al principio parece una broma o una provocación, pero al reflexionar se queda en la mente como una amarga reflexión.
Se puede estar en desacuerdo con las tesis de Korwin-Mikke, ridiculizarlas o condenarlas, pero es difícil negar su inteligencia y coherencia para pensar a contracorriente. Con su lenguaje cortante e irónico, incluso la crítica más dura al sistema se presenta como un aforismo brillante. Como resultado, las controvertidas palabras de Korwin viven una vida propia, suscitando debates mucho más allá de los pasillos políticos. Y éste parece ser precisamente su objetivo: que en el aluvión de afirmaciones correctas, alguien se pare a pensar, aunque sólo sea provocado por una frase sobre los "niños del Estado" o "un falsificador mejor". Korwin-Mikke se ríe del sistema, y nos guste o no, nos reímos con él.